“No hay cosa más linda que decir algo y encontrar una sonrisa del otro lado”
Hace pocos años, dando sus primeros pasos en televisión, Susana Giménez lo bautizó como “el top, top, top del humor”. Hoy, Roberto Moldavsky cierra un 2018 memorable. Además de romper taquillas en la calle Corrientes con su espectáculo “Moldavsky sigue suelto”, fue galardonado con el premio ACE a la mejor Actuación en Humor y con el Martín Fierro a la Labor humorística por su participación en el programa Morfi, de Telefé.
Humilde y generoso, colaborador permanente del LeDor VaDor, hizo lugar en su agenda y se entregó para una charla a fondo con nuestros residentes.
¿Cómo son tus orígenes?
Yo soy mitad y mitad. Toda la familia de mi mamá es de Alepo, Siria, y por parte de mi papá son rusos -en ese momento creo que era Rumania-, de Moldavia. Tengo una predilección muy fuerte por lo sefaradí, por la comida, por mi mamá, pero me llamo Moldavsky. Yo vivo con orgullo las dos cosas. Cuando empecé a trabajar, Fernando Bravo me dijo “tenés que cambiarte el nombre porque es muy difícil para la gente”, pero mi papá amaba su apellido, así que me dije que lo iba a conservar. Hoy en la calle Corrientes el cartel de mi obra de teatro dice simplemente “Moldavsky”. Algunos ni siquiera saben que me llamo Roberto. Suar mismo me dice Norberto y no lo quiero corregir porque me da vergüenza.
¿Cómo fue crecer entre las dos familias, con la abuela turca y la abuela rusa? ¿Competían?
Se llevaban muy bien. Se sentaban y una le decía a la otra “hoy va a llover”, y la otra le contestaba “sí, la nena está grande”. O sea, no entendían nada pero estaban horas conversando cada una de su tema. Se querían, querían estar comunicadas, y nos querían mucho a nosotros. Mi abuela me daba por ejemplo, como si te dijera hoy, cinco pesos. Me llevaba a un costado como si más o menos me fuera a dar droga y me daba algo que no me alcanzaba para nada y me decía “dale la mitad a tu hermana y que nadie vea”. Mi abuela sefaradí murió cuando yo tenía cinco o seis años pero tengo imágenes de su casa, de ella, que me agarraba y me decía cosas en árabe, mashala y cosas que me quedaron grabadas. No me daba plata; me daba comida. Llevaba un guardapolvo constantemente porque estaba mucho tiempo cocinando. Ella era diabética y no podía comer un montón de cosas pero se las guardaba en ese delantal. Entonces me llevaba a un costado y me daba pan árabe o golosinas, cosas que a ella no le dejaban comer pero tenía escondidas.
¿Cómo empezaste con el humor?
Toda la vida fui el gracioso de la escuela, del grupo de fútbol. Lo escuchaba a Verdaguer, que en realidad hacía como stand up, se paraba con el traje y monologaba. Gasalla lo hacía también, Tato… Más que un chiste, contaban una historia. Yo tengo esa facilidad, no voy a decir que no. Como un músico tiene la facilidad de escuchar una canción y tocarla en el piano, yo tengo la facilidad de convertir una historia menor en algo gracioso y sí, mi especialidad es contártela como si estuviéramos acá charlando, solo que lo hago en el teatro y hay 500 personas y las personas me creen. La gente tiene eso conmigo que es muy lindo y yo disfruto. Para mí no hay cosa más linda que decir algo y encontrarme con una sonrisa del otro lado: es lo que más me gusta; también me gusta mucho comer.
¿Estaba presente el humor en tu casa?
Mi papá, Jacobo, era un excelente contador de chistes. Se sentaban todos los amigos a su alrededor y él contaba y contaba y en la mitad metía a un sefaradí y metía palabras en idish y estaba veinte minutos con un chiste laaargo y los amigos se reían y yo lo miraba y pensaba de qué se ríen, porque todos esos temas… no sé. Hoy recuerdo mucho todo eso. Era un tipo muy gracioso. Mis amigos lo amaban, era muy divertido y le gustaba mucho contar historias.
¿Es tipicamente judío el reírnos de nosotros mismos?
El humor judío tiene dos grandes características: Una es que nos reímos de nosotros y no de otro pueblo, tenemos tanto material que no lo necesitamos. Y la otra es que mezclamos desgracia con humor. Es un humor que se permite reírse de sus problemas.
La persona que me descubrió, Jorge Schussheim, un genio, cuenta que el humor judío empezó en Rusia, en el año mil setecientos y algo -él sabe la fecha exacta. Había habido un pogrom y salieron a matar en una aldea a muchísimos judíos. Hasta ese momento el humorista era chabacano, hacía chistes casi groseros. La cuestión es que después de ese pogrom el pueblo quedó muy mal y no se reponía, y pasaban los años y no lograban superar el dolor, así que se reunieron los rabinos, los sabios, y les pidieron a los humoristas que empezaran a hacer chistes sobre lo que había pasado para poder salir de ahí. Se considera que ese episodio fue la primera piedra que arranca el humor judío. Así, riéndonos de nosotros mismos y de las cosas terribles que a uno le pasan.
¿Sos hijo único?
No, tengo una hermana melliza, pero que es linda. Mi mamá siempre se quejó, viste la típica madre judía que te mete la culpa desde la ecografía. Me decía: “lo difícil que fue que salieras, Roberto, te diste vuelta”, como si yo lo hubiera hecho a propósito. “En cambio tu hermana -decía una frase que no sé de dónde sacaba-, tu hermana salió como una escupida de música”. No sé qué frase era esa pero cada vez que yo le traía un problema me llevaba ahí, no prescribía. Tengo también una hermana mayor que vive en Israel. Somos tres. Somos muy unidos. Mis padres nos inculcaron muchísimo el tema de la familia, de estar pendientes. Mi papá era un tipo muy generoso, yo heredé eso de él, me preocupo mucho por mis hermanas y mis hermanas por mí y estamos todos viendo qué nos pasa. Mis hijos también son así con sus amigos. Yo me apoyo mucho en mi familia, es clave para mi vida, y tengo también una banda grande de amigos. Creo que eso te lo transmiten.
¿Sentís antisemitismo en Argentina?
Yo fui al colegio del Estado, soy del barrio de la Paternal, no iba a escuela judía. Creo que a mi me va bien con el humor judío porque toda la vida viví del otro lado. El 90 por ciento de la gente me escribe cosas hermosas, les encanta en humor judío -gente que no es judía-, en la radio, en el teatro, son muy cariñosos. Creo que tenemos un antisemitismo medio popular, como que no les queda claro por qué le tienen bronca al judío. Yo entiendo que armé como un puente a través del humor judío -y después con el humor en general- y pude llegar a gente que no lo tenía muy en claro. No digo que no esté arraigado en ciertos sectores pero también me parece que estamos muy metidos en la vida nacional.
¿Qué cambió al saltar a la fama?
No cambia nada. Si vos no te ocupás de lo demás… Yo no voy a ningún cumpleaños de artistas. Sí me hice amigo de Rozín, me llevo bien con Seba Wainraich, cada tanto vamos a comer, me llevo muy bien con Fernando Bravo, porque trabajamos todos los días juntos. Pero no voy a ningún lado ni cambié mi vida. Todos los domingos voy a la Paternal a la casa de mi amigo Julio a comer asado o a comer lo que sea y ahí mis amigos se encargan de volverme a la tierra.